jueves, 18 de octubre de 2007

LA PROVIDENCIA



Cuando los “sabios” dirigentes de ED decidieron prescindir de mis servicios, para qué os voy a engañar, la mayoría sois conscientes de ello, me hicieron el mayor de los favores que podía anhelar. Fueron casi diez años dándolo todo por ese periódico, pero yo tuve la suerte que no tuvieron otros: decidir cuándo quería que me despidieran. La diana ya la tenía pintada en mi pecho, eso es evidente, por parte de un director que continuaba (y continúa) absolutamente ajeno a la realidad de su redacción, en una mística dimensión que le situaba alejado de los problemas reales y cotidianos de los empleados a los que se debe. No estaba dispuesto a esperar a que él y quien mueve sus hilos, un gerente plenipotenciario, eligiesen el momento que mejor les viniese para lanzar sus dardos y mostrarme la puerta con excusas baratas y sin consistencia alguna.
Cuando las barbas de tu vecino veas cortar… y yo que soy de los que usan barba a menudo, hice caso del refrán al ver lo que sucedía con Manolo García, primero, y con Pedro García después. Con todo por mi parte ya preparado para la salida del periódico, pero absolutamente con la guardia baja por parte del director y el gerente para mi sustitución (como se evidenció en los meses siguientes a mi salida con la dificultad para encontrar un sustituto de mínimas garantías), forcé ligeramente la cuerda y días después me enseñaban la carta de despido. Como mis más íntimos sabéis, esa noche me fui a celebrarlo con mi mujer.
Yo soy creyente (aunque no me doy los golpes de pecho de algunos ni me hago la señal de la cruz cuando eligen Papa), y estoy seguro que Dios vela por mí y por todos nosotros. En mi caso quedó patente cuando todos los meses siguientes a mi despido me encontré con tiempo suficiente para estar con mi mujer, embarazada, y en cuya última fase estuvo con algún problema que la hizo descansar en reposo absoluto. Al no estar con la apretada agenda de ED pude cuidarla y poco después, cuando mis dos hijas nacieron, disfrutar de su crecimiento, de jugar con ellas a cualquier hora, de darles de comer, acunarlas y bañarlas… algo que no tiene precio y que difícilmente hubiese sido tan intenso de haber estado cumpliendo esos absurdos horarios que implantaron tras mi marcha. Lo único que lamento es que no pudisteis conocer a mis hijas, ni pudisteis ver mi cara de felicidad, así que tras todo lo escrito, hago aquí y ahora la presentación oficial a mis compañeros (nunca ex-compañeros) de mis dos bellezas, Laura y Miriam. Ya han cumplido un año, y para quien no lo sepa nacieron exactamente el día en que el Sevilla FC ganó su única Supercopa de Europa. Por tanto, estaban predestinadas…
Juan José Úbeda

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